TREN DE VIDA

Trayecto 2: No aceleren al cruzar el puente

Gosia ha vuelto de Bogotá hace un par de días. Su madre puso el grito en el cielo cuando le comunicó su decisión de marcharse con una beca a Colombia. El caso es que regresó sana, salva y con ganas de contar sus experiencias. Esta mañana ha bajado la bicicleta al patio, le ha inflado las ruedas, ha puesto la bolsa con los libros en la cestita y se ha dirigido desde Slubice al puente sobre el río Odra. Al ver al guardia fronterizo polaco se acuerda de que ha dejado el pasaporte en casa. Le sonríe. Es un hombre joven, está desayunando. No se levanta y la deja pasar. Entonces Gosia piensa que podría enseñar el carnet de estudiante en el puesto de los alemanes. Total, lleva años cruzando ese puente casi todos los días, ya la tenían que conocer. Y además se nota que va a la Universidad, y para qué está el puente allí sino para facilitar el encuentro entre los jóvenes europeos. Gosia acelera un poquito por si el guardia alemán también está desayunando. Pero no. De repente un tipo grande como un armario extiende el brazo por encima de su manillar y ella frena de golpe. La cestita, como no iba fija, sale disparada hacia un lado y la bolsa de los libros vuela hasta la barandilla del puente. Ella deja caer la bici, se golpea en una rodilla y siente como una mano bastante fuerte la agarra de la muñeca y le pide el pasaporte. Le confiesa que lo ha olvidado, que acaba de volver de Bogotá y está todavía un poco descentrada. Al mencionar Bogotá, el policía le exige que recoja su mochila y le enseñe lo que hay dentro. Gosia saca los libros, los bolígrafos, el monedero y las cápsulas para la gastritis. La hacen entrar en la caseta de control y comprueban sus datos, mientras un policía provinciano abre una cápsula y huele el polvillo blanco que contiene. Al cabo de media hora le permiten marcharse, otra vez a Slubice, pues no se puede atravesar la frontera Este de la Unión Europea sin papeles. Gosia vuelve cojeando. Un policía polaco se le acerca y pronuncia esta vez también la palabra del día: „Paszport, prosze". Ella le explica lo ocurrido y se disculpa. El café pequeñito a la orilla del río acaba de abrir. Aparca allí y pide una botellita de acqua minerale gazowata y un té. Se sienta en la única mesa al aire libre y contempla las torres de las iglesias, los edificios de Frankfurt Oder, e imagina detrás a los compañeros en la Universidad preguntando:

-¿Y cómo que no vino Gosia?

Nunca hasta ese día le había resultado tan difícil cruzar un puente.

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