EL CAPOTE ROJO

No quería prestarle atención a lo que toda la prensa internacional llamaba un acontecimiento histórico por la sencilla razón de que había ocurrido cerca de mi casa, en la ciudad que había elegido con todas sus consecuencias. No me pareció sorprendente ni asombroso, es que ya era hora, había que cambiar algo, pero de ahí a que me llamen por teléfono de Radio Nacional de España, que se acabe el pan en mi barrio y no consiga ni desayunar... Señores, que una tiene que llegar al trabajo caiga quien caiga y no está de humor para tanta noticia, tanto presentador repeinándose antes de que le enfoque la cámara, tanta fachada.

Había muchos contagiados por el virus de “la importancia del momento” y Marta no podía ser menos. Se supone que estudiaba Periodismo en Madrid, pero le gustaba más la acción que el escritorio. Me había contado cómo había llamado al despacho de Willy Brandt repetidas veces hasta que a su secretaria se le escapó que iba a estar en determinada reunión del partido y por eso no podría recibirla. Consiguió la dirección del lugar donde se celebraba, convenció a un fotógrafo de que la llevara en coche y allí estuvieron los dos, en una noche fría de noviembre, apostados tras unos arbustos hasta que por fin salió el que fue alcalde de Berlín y presidente de la República con su pequeña comitiva. Ni corta ni perezosa, Marta se fue detrás de él a pedirle una entrevista, a convencerle de que por favor, precisamente ahora, usted sabe lo que significa, y él abrió la boca, respondió incluso…que estaba agotado y no era el momento. Estas fueron las únicas palabras que consiguió sacarle a Willy Brandt.

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