EL CAPOTE ROJO

A mí me impresionó, y si hubiera sido la jefa de redacción del Hola o del Pronto le hubiera ofrecido trabajo a Marta de inmediato. Me la imaginaba en Marbella, con un clima mucho más benigno, espiando a famosas y famosos desde lo alto de una palmera. El caso es que no se dio por vencida y dos días más tarde tenía un encargo de una conocida revista de temas políticos. Y el artículo lo íbamos a escribir juntas. Al día siguiente nos iríamos a Berlín Este. Ella traería una grabadora y yo un cuaderno para tomar notas y nos meteríamos en el mismísimo centro del acontecimiento histórico.

Llegué por la noche a casa con un nudo en el estómago y dos preocupaciones muy concretas:

- Todo el mundo hablaba de “la caída del Muro” pero hasta el momento sólo se había abierto la frontera entre dos mundos bien diferentes que no acababan de entenderse. El muro seguía allí y no como metáfora, sino como materia pura y dura.

- Sólo tenía un abrigo rojo con botones dorados comprado en Carabanchel. En ese invierno no había visto en Berlín Oeste otro igual y en Berlín Este me iba a sentir como la mismísima encarnación de la ironía histórica.

Tengo gusto por el rojo, qué le vamos a hacer. Se me ocurrió probarme el anorak y la cazadora de mi amigo, pero los chicos alemanes ya se sabe, de uno noventa para arriba, y no hay manera de escribir en la calle tiritando si te sobra media manga.

Me queda el consuelo de que la próxima vez que caiga un régimen comunista, si por desgracia y por casualidad me volviera a atropellar la historia, ya será en un país donde uno sólo tiene que cambiar de camiseta. No hace falta que les confiese de qué color es la mayor parte de mi ropa de verano.

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